28 noviembre, 2012

El retorno de Lombroso


Fisonomía de Griesa
Por Horacio González *

Al juez Thomas Griesa le gusta fotografiarse. Es lógico, debe cumplir con una dimensión importante de la función pública, que es la publicidad de su figura, con la postura de una foto oficial. Hay fotos y fotos. La foto oficial es otra cosa. Se la prepara, la toman especialistas, debe hacer brillar la solemnidad y la gallardía del poder. Sin excesiva arrogancia y también sin falsos escrúpulos que parezcan un festejo de la informalidad. Pero veamos a Griesa: su fisonomía dice mucho... o lo dice todo. Es un rostro que pertenece a una cultura. Aunque no necesariamente agota todas las posibilidades de la cultura norteamericana. Basta comparar su foto con fotos de Faulkner, Kerouac, el mismo Henry Fonda. O si no, Marlon Brando. Claro, son actores o escritores. Pero en sus rostros está expresada una indeterminación, una apertura a la dificultad de la existencia. Pero en Griesa no. Solo hay determinación, un arquetipo que parece surgido de un comic. Algo que informa que estos rasgos sumarios de una fisonomía pueden albergar las formulaciones más demoledoras de una cultura jurídica.

Es un rostro enjuto, tomado por una ancianidad que casi es un mecanismo de voracidad y astucia. Al lado de la bandera norteamericana, toma tal envergadura arquetípica, que es en sí mismo un llamado imperial, una convocatoria belicosa con su martillo de madera reposando amenazador en el pupitre. Parecería la estampa misma de un encorvado dicterio, de un úkase patriarcal pronunciado desde lo alto y hacia el vacío. Un reposado mundo jerárquico se desprende su figura, como vieja concepción del mando imperial. En las fotos esto aparece como un resplandor subrepticio, pero notable.
Todos podemos verlo. En esa mirada levemente irónica desfilan como luminarias inertes las antiguas guerras de conquista. Vemos la expansión contra México, la guerra contra España para controlar Cuba, las acciones de todo el comienzo del siglo XX sobre Nicaragua, las intervenciones sobre el resto del planeta, las que podríamos considerar las más injustas, pues brotaban de cálculos geopolíticos y económicos de secretos gabinetes de intrusión. En esa mirada lejana, como ensoñada, en su vejez recalcitrante, podemos ver en Griesa –hombre de Kansas, de Harvard, del Sistema– también la brumosa figura de un Braden. Pero no veremos la de Humphrey Bogart. Sí la de un John Wayne. No la de un James Dean. La cultura norteamericana, tan compleja como es, con su propensión a grabar fuertes imágenes en la mirada de la humanidad, que supo llamar Nación a su enorme variedad cultural, queda confinada en ese rancio octogenario que convoca a la destrucción escribiendo actas judiciales que casi son órdenes misilísticas.
Cada una de sus fotos, con toga o sin toga, con bandera norteamericana o sin bandera norteamericana de fondo, con media sonrisa o gesto adusto de burlona rapacidad, en un balcón neoyorquino o rodeado de libros de leyes encuadernados –sí, le gusta fotografiarse– es un retrato condenatorio de la civilización que han creado los Estados Unidos de América. De su aspecto humanamente más fracasado. Ningún rastro aquí de la tradición del fiscal, del juez que juega su cargo en una denuncia, del sheriff valiente que no se doblega ante los sátrapas de turno. Es la gran tradición liberal norteamericana. Está en su cine, su literatura: Doce hombres en pugna; Casablanca; Los días del Cóndor; Shane, el desconocido; La jauría humana; JFK; A la hora señalada; Citizen Kane. En el cortejo cruento que pasa ante a mirada atemporal de Griesa, están los masacrados por tormentas en el desierto o en prisiones como Guantánamo. Sueña este hombre, que sale de las emisiones más lúgubres de las voluminosas fuerzas antidemocráticas de la sociedad norteamericana, que puede enfrentar sociedades más débiles desde lo alto de una cumbre judicial abstracta, con dictámenes escritos con garras, tan diferentes de las plumas que emplearon Jefferson o Luther King para escribir sus documentos. Sueña que abre sus alas y transfigura su despacho, queda su cuerpo hecho famosa ave funesta y restan solo sus ojitos entrecerrados, que picotean en los recuerdos de sus hazañas jurídicas bajo el tambor regimentado de la especulación financiera más oscura de la historia de la modernidad.
Gozosamente cadavérico, picoteando basurales de la historia, su imagen concita el repudio de los pueblos, por reasentar las formas intrincadamente más oscuras del capitalismo norteamericano. Esa mejilla hundida, ese mechón a veces peinado y a veces despeinado. Sin duda habita un sarcasmo ahí, un supremo placer de daño que no es diferente del que presidió los momentos más oscuros de la nación norteamericana. Quizá sea cariñoso con sus nietitos, pero en estas imágenes bate alas su condición depredadora. El pueblo norteamericano debe también saber verla, porque al hacerlo conocerá también qué es lo que debe ser alejado de su propio tejido moral e intelectual.

* Sociólogo, director de la Biblioteca Nacional.
http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-208689-2012-11-27.html



http://es.wikipedia.org/wiki/Cesare_Lombroso
Las teorías de Lombroso sobre el delincuente
Lombroso dijo que las causas de la criminalidad son de acuerdo con la forma, causas físicas y biológicas.
Un aspecto particularmente difundido de la obra de Lombroso es la concepción del delito como resultado de tendencias innatas, de orden genético, observables en ciertos rasgos físicos o fisonómicos de los delincuentes habituales (asimetrías craneales, determinadas formas de mandíbula, orejas, arcos superciliares, etc.). Sin embargo, en sus obras se mencionan también como factores criminógenos el clima, la orografía, el grado de civilización, la densidad de población, la alimentación, el alcoholismo, la instrucción, la posición económica y hasta la religión1
Un rasgo llamativo en su obra es la crudeza con que expone algunas de sus conclusiones, que resulta aún más chocante a la luz de las ideas que predominan en la criminología luego del ocaso de la escuela positiva. Esta crudeza puede deberse a la tendencia positivista a despojar el discurso científico de toda otra consideración aparte de la mera descripción de la realidad, eludiendo juicios morales o sentimentales.
Por ejemplo, refiriéndose a lo que él llama la terapia del delito, dice:
"En realidad, para los criminales natos adultos no hay muchos remedios: es necesario o bien secuestrarlos para siempre, en los casos de los incorregibles, o suprimirlos, cuando su incorregibilidad los torna demasiado peligrosos"2
Otro rasgo característico de la obra de Lombroso es la precariedad de su método científico, frecuentemente de la observación empírica, a veces sobre la población, y de relaciones de causalidad escasamente fundadas. Por ejemplo, de la comparación entre la temperatura anual media en las distintas provincias de Italia y el índice de homicidios en cada una de ellas concluye Lombroso que el calor favorece este tipo de delitos.3
La posición según la cual los delitos son producto de estos diversos factores determinantes, lleva lógicamente a bregar por un código penal que los prevea y ajuste las condenas a la existencia de esos mismos factores, dejando de lado las preocupaciones de la llamada dogmática penal. La pena tiene como objetivo según Lombroso la defensa social, entendida como neutralización del peligro que para la sociedad representan ciertos individuos que no pueden dominar sus tendencias criminales. Al mismo tiempo, tiene el fin de intentar una readaptación en los casos en que fuera posible.
La concepción de Lombroso torna irrelevante el estudio de la imputabilidad del sujeto, puesto que –según se deriva lógicamente de sus postulados– todos los criminales son inimputables, y cuanto menor sea su responsabilidad, mayor es su peligrosidad. Esta idea se opone agudamente a las concepciones más frecuentes entre abogados y juristas, a quienes Lombroso criticó, sosteniendo que pretendían aminorar la pena precisamente para los individuos más peligrosos.