28 mayo, 2006
Futbol
Su majestad, la pelota
Objeto de deseo, esfera perfecta siempre en fuga, concentrará la atención del planeta cuando en pocos días empiece el Mundial. Su historia, secretos y emociones que despierta a su paso
Puede faltar el aguatero. O el técnico. También un jugador. Y hasta uno de los arcos. Pero ella es imprescindible. Porque todo –aguatero, técnico, jugadores, arcos, trotecito del referí y delirio de la tribuna– se organiza a su alrededor.
Ella lo sabe y es una reina que exige pleitesía, aunque entrega sus secretos a unos pocos. Sus veleidades encierran una paradoja: sin aristas para sujetarla a nuestros afanes, siempre de viaje, maliciosamente esquiva en su perfecta redondez, ella –así, en femenino, porque la pelota tiene alma de mujer– se prodiga sin embargo con democrática generosidad.
En los barrios pobres, rebota sin queja en los pozos del potrero que se convierte en una pecera cuando caen cuatro gotas. En los ricos, corre sobre la grama verde y mullida en la que no necesariamente la tratan mejor. Donde sí recibirá buen trato –al menos eso se espera– será en el nuevo estadio Allianz Arena, en la ciudad de Munich. Allí, en doce días, un empujón de un botín alemán o costarricense la pondrá a rodar ante los ojos del mundo. Con ese movimiento, la fiesta habrá empezado.
La pelota del Mundial de fútbol de Alemania tiene nombre: +Teamgeist (algo así como "espíritu de equipo", en alemán). En vano: ella nunca respondió a los llamados y no va a empezar a hacerlo ahora, pues la mueven otras lealtades. De todos modos, ese alarde de tecnología de 69 centímetros de circunferencia y 441 gramos de peso concebida por una legión de expertos cifrará para los millones de espectadores de la aldea global todas las pelotas que alguna vez han sido, incluyendo la de trapo, la de goma y hasta el bollito de papel al que propinamos, cuando no había nadie para atestiguarlo, nuestro mejor shot. Todo rito actualiza lo que no cambia, aquello que escapa a la acción del tiempo. Y si en el fútbol hay algo que permanece desde sus nebulosos orígenes –que muchos ubican en la lejana China–, eso es la pelota, redonda y sagrada como un sol.
"En este ceremonial religioso que es el fútbol, la pelota ocupa en el pensamiento mítico del hincha y del jugador el lugar del objeto sagrado, poseedor de vida propia y poder mágico. Como todo objeto sagrado, es ambivalente. Puede traer suerte, cuando sirve para hacer un gol contra el equipo contrario, o desgracia, cuando hace un gol contra el equipo propio", afirma Juan José Sebreli en Fútbol y masas, un libro poco condescendiente con el deporte más popular del mundo.
"Para mí la pelota lo es todo", dice a la Revista Ricardo Bochini, en una muestra de entrega que la redonda supo corresponder con creces, para felicidad de los que gustan de la inteligencia y la sutileza y de los hinchas de Independiente. "Empecé a jugar al fútbol a los cinco años. La pelota fue primero placer y alegría. Después, con el tiempo, también fue medio de vida."
Para el Bocha, como para tantos, la noble bola fue además objeto de deseo. Desde muy chico, jugaba fútbol "mañana, tarde y noche" con sus hermanos y los pibes del barrio, allá en Zárate. Así como pasó por la calle, el potrero y el baby fútbol para llegar a la cancha de once, también pasó por la pelota de trapo ("papel y géneros dentro de una media") y por la de goma para acceder a la de cuero, que llegó brillante y virgen como un amanecer cuando, a sus ocho años, completó con sus hermanos el álbum de figuritas. "Al final, nos faltaban sólo las más difíciles, que eran la de Pelé y la de Néstor Rossi. Las conseguimos y por fin sacamos la número cinco."
El gran Alfredo Di Stéfano tuvo su primera pelota de cuero a los diez años. Un día fue con sus amigos al cine y le dieron un número. Rifaban una pelota y la suerte le sonrió. "Resulta que lo que me dieron fue una pelota de rugby, y nos fuimos jugando con la pelota de rugby por la calle. Saltaba de un lado para otro, parecía una gallina", relata en sus memorias, cuyo título, Gracias, vieja, resume tanto su gratitud hacia quien le dio la vida como hacia la redonda.
"Entonces llegamos al barrio y les dijimos a los más grandes, a los de 17 y 18 años, lo que nos había pasado: En vez de darnos una pelota nos han dado esta mierda. Les fuimos con el cuento porque éramos vivos. Volvieron al cine con nosotros y le dijeron al gerente que como no nos dieran una pelota de fútbol le reventaban el cine. Claro que se la dieron... Una pelota de verdad. La teníamos que engrasar con sebo. Era de cuero, de esas con un cordón para atarla cuando la hinchabas. Si cabeceabas con eso te hacía una raja en la cabeza."
La pelota es objeto de deseo, antes y ahora. Una cualidad que tiene que ver incluso con el erotismo. "Es el objeto que hay que conquistar, que preservar, y con el que finalmente hay que penetrar. La simbología erótica es clarísima", señala Pablo Alabarces, magíster en sociología de la cultura, docente de la UBA y autor de Fútbol y patria.
Alabarces comenta que hay otro símbolo muy claro en la pelota: la perfección de la esfera. Ya para Platón la esfera era la figura más perfecta. Alegoría de la totalidad y del infinito, en sí misma contiene al mundo y puede rodar por todos los caminos.
Bilardo ha vaticinado que el de Alemania será el mundial de la pelota parada, pero es difícil que el balón desoiga el mandato de su naturaleza. La Real Academia Española define la esfera con belleza de haiku: sólido terminado por una superficie curva cuyos puntos equidistan todos de otro interior llamado centro. Cualquier objeto que responda a esta descripción tenderá a alejarse de quien lo posea. Basta la inclinación del plano o un golpe de viento. O una patada.
Si es por rodar, la pelota viene rodando desde lejos. La patada inicial la dieron los chinos hace más de 2300 años en Linzi, antigua capital del reino Qi, según concluyeron hace dos años 36 expertos en historia deportiva, arqueología y cultura de China. Todo habría comenzado cuando Fu-Hi, unos de los grandes gobernantes de la China antigua y apasionado inventor, apelmasó un manojo de raíces duras y cerdas de animal hasta formar una masa esférica que recubrió con pedazos de cuero crudo. Así nacía el cu-ju, antiguo fútbol chino (cu significa patear y ju, pelota), en el que había que embocar el balón con el pie en una red de apenas 40 centímetros fijada con varas de bambú.
Hay un antecendente más lejano, el pok ta pok de los mayas, un juego ritual que hace 3000 años se popularizó en México y en gran parte de América Central. Un aro colgado a tres metros de altura oficiaba de arco. La pelota de caucho podía ser golpeada sólo con el antebrazo, los codos, los hombros o las caderas. A los ganadores, en lugar de un trofeo se los premiaba con la muerte, en ofrenda a los dioses. Algunos estudiosos afirman, en cambio, que tal suerte se reservaba para los perdedores.
Los organizadores de Alemania 2006 llevaron el mes pasado a Berlín el pok ta pok, como antecedente milenario del fútbol. En un partido comentado por la BBC, doce jugadores mexicanos vestidos con atuendos tradicionales y con el cuerpo y el rostro pintados se enfrentaron al son de flautas y tambores rituales. El partido terminó 5 a 0, pero después de las duchas no hubo degüeyos sino una recepción para todos los jugadores de la que participó el mismísimo Franz Beckenbauer.
De los mayas al Kaiser, hay algo que siempre quitó el sueño a los enamorados de la pelota: cómo lograr que responda a sus intenciones. Según Bochini, el grado de obediencia que se obtiene de la redonda depende en medidas parejas del talento natural que se trae de la cuna y de las horas de juego que se acumulan al calor de la pasión. Todo aficionado al fútbol, de todos modos, suele tener su momento de gloria, esa ocasión mágica en que la bella dama entrega lo mejor de sí.
"Allá por el año 77, en Uruguay, jugamos con el equipo de la radio contra un combinado de periodistas europeos –rememora Víctor Hugo Morales, que aún recuerda con cariño la pelota de goma que recibió una mañana de Reyes, a los cinco años–. Fue un tiro libre a unos tres metros del área. Todavía puedo sentir en el pie la forma en que le pegué. Yo tengo pie grande, una contra para entrarle fuerte con pelota detenida. Le di con el empeine, suave, a colocar. La pelota sobrevoló la barrera y se metió en el ángulo."
Cuando la pelota planea invicta, después de la patada, es un mundo en rotación que concita todas las miradas. Como la Tierra vista de lejos, hay un instante en que parece detenida. Se detiene también el aliento y todo puede suceder. Porque si un soplo divino o el Big Bang condenaron a la Tierra a repetir la misma órbita, con la pelota es distinto: detrás de su vuelo hay un botín y nunca dos balones surcaron el aire del mismo modo. A este enigma –a darle sustento físico al milagro de Víctor Hugo, digamos– se consagró un equipo de científicos hace cuatro años.
Deslumbrados por la forma en que los cracks la empalmaban en los tiros libres para depositarla sin escalas en la red, los investigadores se propusieron "develar algunos de los secretos de la trayectoria curva que describe un balón después de ser golpeado". Tras ensayos en túneles de viento, análisis con videocámaras de alta velocidad y simulación de trayectorias, dieron con algo llamado fuerza de Magnus, que explica cómo el movimiento de rotación de la pelota en el aire, en virtud de complicadas leyes físicas que se ocuparon de medir, provoca el desvío de su trayectoria.
El efecto Magnus –comprobaron los científicos– se intensifica al final del vuelo del balón, cuando su velocidad decrece. Sólo así pudieron explicarse el gol de David Beckham contra Grecia en un partido clasificatorio para el Mundial de Japón, que pusieron bajo la lupa. El rubio le entró con la derecha a una velocidad de 36 metros por segundo, desde 27 metros, con una rotación considerable. La esfera de cuero pasó medio metro por encima de la barrera, a una altura muy superior a la del travesaño. Luego de desviarse lateralmente unos tres metros debido al "fuerte efecto empleado", redujo repentinamente su velocidad a 19 metros por segundo y cayó justo frente al arco como si una mano invisible la hubiera descolgado, colándose por el ángulo ante la mirada azorada del arquero. Cosas de la física. Se entiende ahora la desesperación del incomprendido Pasarella cuando, impotente, espetó su célebre "la pelota no dobla" después de que sus chicos cayeran frente a Ecuador en las alturas de Quito, hace ya diez años.
"Todavía me sorprende que jugadores como Roberto Carlos o Beckham sean capaces de hacer lo que hacen –concluyó el doctor Keith Hanna, que participó de las investigaciones junto con científicos de la británica Universidad de Sheffield–. Sus cerebros deben analizar cálculos de trayectoria muy detallados en pocos segundos a partir sólo de su instinto y de la práctica. Nuestras computadoras necesitan varias horas para realizar los mismos cálculos."
Hay algo que el doctor Hanna debería haber advertido: ella escapará siempre de todo cálculo. No por nada el gran Dante Panzeri tituló uno de sus libros Fútbol, dinámica de lo impensado. Cada cual, de acuerdo con sus dones, le saca lo que puede. Porque cada cual –del brutal pelotazo a la tribuna a la caricia más sutil– la trata como puede. Así, alrededor de ella se tejen estilos, tradiciones, escuelas, filosofías. Dime cómo la tratas y te diré quién eres. Para Alabarces, el gesto clásico argentino frente a la pelota es la pisada. Pero aclara que eso se ve más en los chicos. En el fútbol profesional –previene–, el mito del jugador argentino queda reservado para excepciones que se pueden contar con los dedos de la mano.
"La pisada es el gesto argentino por excelencia. Eso de aplastarla bajo el botín y tenerla dominada –grafica–. ¿Qué refleja esa actitud? La voluntad de poseerla. Y cierto egoísmo, también. Pero cuidado: creo que primero se inventó el mito de que había una forma criolla de jugar al fútbol, y luego se empezó a jugar de esa manera."
Es cierto, los potreros y las canchas argentinas están llenos de Alonsos y Maradonas que detienen su trote y alzan la vista como si otearan la inmensidad del océano, mientras ella descansa bajo la suela. En ese trance, más que enfocar el desmarque de algún compañero, muchos de estos chicos quizá sueñan con un futuro de gloria, fama y dinero. "En estos años de crisis, la pelota representa también la posibilidad de salir de la pobreza –aporta Enrique Pinti–. La chicas quieren ser modelos, y los chicos, futbolistas, siguiendo los modelos de Susana Giménez y Maradona. Cuando yo era chico, a los jugadores se los adoraba, pero Boyé, Pedernera o Labruna no eran millonarios. Hoy muchos los son."
Algún atractivo especial debe tener la pelota, especula el humorista y actor, porque hasta los perros y los gatos la siguen. Y señala que la importancia que le dan los argentinos al esférico se traduce, sin ir más lejos, en el lenguaje: Dame pelota, decimos cuando queremos que nos presten atención.
Al contrario de quienes, como Borges, se preguntan qué demonios puede tener la pelota para que veintidós locos se desgañiten por ella ("¿por qué no le dan una a cada uno?", ironizó el escritor), hay quienes le agradecen los servicios prestados. La lucha simbólica que se organiza a su alrededor entre unos y otros, dicen, sublima la violencia propia de las pasiones humanas extremas, que, de no ser por ella, podría adoptar manisfestaciones más cruentas, como la guerra.
Pero que la pelota ha dejado de ser sólo un juego para convertirse en una industria millonaria con sus claroscuros ya no hay quien lo dude. "El oficio de chutar balones está plagado de lacras –ha dicho el escritor mexicano Juan Villoro–. Levantemos veloz inventario de lo que no se alivia con el botiquín del masajista: el nacionalismo, la violencia en los estadios, la comercialización de la especie y lo mal que nos vemos con la cara pintada."
De cualquier modo, el juego es cosa seria. Cuando en doce días el referí pite el silbato, a más de medio planeta se le subirá la pelota a la cabeza y el mundo se detendrá durante un mes, como ocurre cada cuatro años. Y ella, como una reina, como esas cosas que nunca se alcanzan, volverá a concitar todos los afanes, todas las miradas.
Por Héctor M. Guyot
Fotos Daniel Pessah y gentileza Adidas. Ilustración de tapa: Sebastián Feldman
Agradecimiento: Hugo Chavarrieta, de la parrilla La Brigada, por facilitarnos las pelotas de fútbol de su colección.
Un juego de niños
En un país en el que el deporte nacional es el fútbol, como la Argentina, la pelota atrae a los chicos desde muy temprano. A los dos años, con el desarrollo de la motricidad gruesa,los niños pueden tomar y patear una pelota. A los cuatro o cinco pueden participar en actividades deportivas, con reglas adaptadas para la edad. “La pelota estimula habilidades como la psicomotricidad gruesa y fina, la integración visoespacial y la coordinación ojo-pie. También capacidades cognitivas, como la planificación y la estrategia, y sociales, cuando hay trabajo en equipo”, señala Marina Bietti, psicóloga, directora de Dr. Jugando, un emprendimiento cuyo objetivo es analizar y recomendar juegos y juguetes infantiles.
Un balón de alta tecnología
La tecnología de termosoldado permite que la +Teamgeist, pelota oficial del Mundial, sea casi impermeable. La absorción de agua sólo aumenta un 4,5% su peso, que oscila entre los 441 y los 444 gramos
Según pasan los años
1978
Tango (Argentina). Las piezas con “tríadas” creaba la ilusión de que había 12 círculos iguales
1970
Telstar (México). Hecha completamente de cuero, con 32 piezas cosidas a mano
1986
Azteca (México). Primer balón oficial sintético de la copa mundial. Redujo la absorción de agua
1990
Etrusco (Italia). Se avanzó en el uso de materiales sintéticos. Su impermeabilización era total
1994
Questra (EE.UU.). Con una capa de espuma blanca de polietileno, era un balón más rápido
1998
Tricolore (Francia). Primer balón multicolor. Tenía microburbujas de gas muy resistentes
2002
Fevernova (Japón). Cambió el diseño imperante desde la Tango, bajo la inspiración de las culturas asiáticas
2006
+Teamgeist. Su configuración de 14 piezas reduce los puntos de contacto entre tres piezas, formando un exterior homogéneo y perfectamente esférico
Un equipo redondo
Un total de 960 balones esperan el momento de ganar protagonismo en el Mundial de Alemania, que comienza el 9 de junio con el partido inaugural entre la selección local y Costa Rica. Cada uno de los 64 encuentros tiene asignado un juego de 15 pelotas +Teamgeist, creadas por Adidas, que llevan impreso el estadio donde se celebra, la fecha y hora del partido y los nombres de las selecciones que lo disputan. El último Mundial en el que hubo pelotas “libres de marcas” fue el de 1966.
Duras pruebas de calidad
La +Teamgeist, pelota oficial del Mundial de Alemania, fue sometida a duras pruebas de calidad por su fabricante, Adidas. En la prueba de tambor, se controla la durabilidad de la superficie impresa del balón. Con el fin de calcular la circunferencia media (de 69 cm), cada pelota se mide en diez puntos distintos. En las pruebas con pierna mecánica se mide la precisión.
Link corto: http://www.lanacion.com.ar/808657
http://www.lanacion.com.ar/anexos/imagen/06/523240.JPG http://www.lanacion.com.ar/anexos/imagen/06/523593.JPG