Sebastián Campanario publica en La Nación (21/02/2016) un artículo donde refleja la preocupación en varios niveles -estatales y privados- por el lento avance que producen las asombrosas innovaciones tecnológicas. (http://bit.ly/1oVBHEc)
El núcleo del problema que plantea la nota está centrado en esta frase: "Generalmente es fácil predecir cambios tecnológicos debido a avances científicos, pero es mucho más difícil predecir cambios sociales como consecuencia de esas innovaciones tecnológicas".
El último libro de Robert Gordon “El ascenso y la caída del crecimiento americano”(*), hace foco en el antes y el después de la revolución industrial, con cambios acumulativos que se iniciaron a mediados del siglo XVIII y que adquirieron velocidad para modificar para siempre la vida de las personas un siglo más tarde. Para Gordon, el período que va de 1870 a 1970 fue un "siglo especial", único en la historia de la humanidad, en el que el producto bruto interno de las naciones industrializadas se duplicó en promedio cada 30 años, siendo que el ingreso de Inglaterra se multiplicó por dos entre los años 1300 y 1700. La invención y la masificación del automóvil y del transporte público conectaron a las sociedades, la luz eléctrica permitió la vida de noche y los artefactos para el hogar liberaron millones de horas de trabajo en casa, especialmente de las mujeres… sobre los avances actuales: una persona de 1940 se sorprendería al ver cómo vivía un par suyo en 1870 (sin redes cloacales, por ejemplo), pero alguien que hoy "viajara en el tiempo" a un departamento bien equipado de la década del 40 no tendría la misma sensación de extrañeza. Probablemente se sentiría ofuscado porque no hay conexión a Internet ni tanta oferta de TV, pero el shock no sería tan fuerte como en el primer caso… Según la visión del economista, la revolución de Internet tiene un valor agregado mínimo (en términos relativos) comparada con la difusión de las redes de electricidad.
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Ensayemos: El bajo impacto sobre el progreso general de las nuevas tecnologías tiene que ver con el uso que los consumidores hacen de ellas. A priori, me inclino a asegurar que cada invento tiene incidencia decreciente en la transformación social. Cuando el mensaje de texto ya estaba ampliamente en uso en los 90´s y el tráfico mostraba cifras impensadas, apenas un pequeño porcentaje de los textos versaban sobre operaciones comerciales o estaban relacionados a la producción. La inmensa mayoría de los textos llevaban mensajes personales, efímeros y/o banales (visto desde el punto de vista de la Economía). En esos tiempos, nos preguntábamos en cuánto podría aumentar el PBI por cada incremento del 10% de los mensajes comerciales o industriales. Es decir: la nueva tecnología (NT) en comunicaciones, estaba siendo usada para “entretenimiento o diversión” (eufemismo de “pavada”) por la inmensa mayoría.
Ni hablar de los sistemas de comunicación nativos de internet. Facebook es el imperio de las emociones entre desconocidos, Twitter: el campo de batallas de profesionales de la sorna y Whatsapp: un surtido temático infernal… Hasta LinkedIn cuenta con un rinconcito de peluquería unisex…
Si bien en el área de la salud las NNTT sí hacen aportes concretos y contundentes -y son el asombro de los propios médicos que la utilizan- hablamos de un sector bastante acotado. La electricidad puesta en cada domicilio, comercio, oficina e industria tuvo mucho más impacto sobre las sociedades que el mejor de los tomógrafos creados hoy (hablando en términos de masividad).
Traduciendo el artículo de Campanario, el debate entre economistas está denunciando una divergencia entre las promesas del marketing comercial y el uso mayoritario que el público hace con la innovación tecnológica.
¿Dónde está la fuga?
La publicidad, como producto de sesudos trabajos de profesionales del marketing, nos muestra lo lindo que puede ser el mundo cuando todos los consumidores adquieran el objeto publicitado. La línea argumental histórica de esta fórmula de venta se basa en que una NT llega para ser más productivo en lo laboral, obtener mayores retribuciones para comprar más y disponer de más tiempo libre (también para comprar más).
Sin embargo, el sustrato del debate que nos convoca está revelando que existe alguna preocupación en las industrias y en los gobiernos, ya que los gastos en I+D no reditúan lo suficiente como para paliar el problema de la desocupación. Bien pronto, los consumidores canalizan las ansiedades inoculadas por la publicidad, hacia el entretenimiento antes que al incremento de la productividad. Y esto podría comprobarse –o no- si pudiésemos comparar las cantidades de aplicaciones “juguetes” bajadas, versus las aplicaciones técnicas o de cálculo.
Siendo más atrevido, me animo a decir que, con estos mecanismos de marketing, la masa consumidora no devuelve empresarios pujantes y desarrollo industrial generalizado. Por los visto, las NNTT generan jugadores y legiones de “esperantes” a que bajen los precios para entregarse al entretenimiento. Así resulta improbable que surja cada tanto un “Renacido” (**) Hugh Glass capaz de luchar contra osos o dragones de la producción de bienes y servicios a valores competitivos y con rentas “humanizadas”.
Bajo este enfoque, se pone de relieve que es una trampa muy dolorosa cuando el Estado sale a estimular el consumo con las mismas reglas que lo hace el marketing comercial. El Estado –los gobiernos- deben centrar sus esfuerzos al estímulo hacia los beneficios del trabajo aplicando las NNTT. Repetimos: estimular los beneficios que devenga el trabajo, apuntalado por la tecnología. (En otra entrada abordamos la capacidad del Estado para descubrir oportunidades laborales)
Nada más erróneo que pensar que en estas palabras estamos pidiendo un freno al desarrollo científico y tecnológico. Ese es el enfoque más común y deviene de las terribles historias apocalípticas sobre científicos locos o inventos infernales. La desocupación es una preocupación muy real y compleja que nos reclama toda la atención y soluciones concretas(***).
Nunca tantos se entretuvieron tanto con tan poco.
(*) Robert Gordon: economista, profesor en la Universidad de Northwestern.
En la misma línea de pensamiento respecto al techo de los beneficios derivados de la High Tech, están Thomas Piketty (“El capitalismo del siglo XXI”); Tyler Cowen (“El gran estancamiento”) y Paul Krugman (empatiza con las ideas de Gordon), entre otros.
A favor de la High Tech: Javier Milei, economista argentino experto en temas de exponencialidad, defiende la idea de que el crecimiento real del ingreso es superior al que muestran las estadísticas oficiales.
(**) Renacido, película protagonizada por Leonardo De Caprio (Hugh Glass), basada en hechos reales, que pone énfasis en la voluntad de superación personal luchando contra las aversidades.
(***) Richard Sennett es un sociólogo que centra sus pensamientos en la problemática del desempleo en sus libros.