Sebastián Campanario
publica en La Nación (21/02/2016) un artículo donde refleja la
preocupación en varios niveles -estatales y privados- por el lento
avance que deriva de las asombrosas innovaciones tecnológicas en los
últimos años. (http://bit.ly/1oVBHEc)
El núcleo del problema que plantea la nota está centrado en esta frase: "Generalmente
es fácil predecir cambios tecnológicos debido a avances científicos,
pero es mucho más difícil predecir cambios sociales como consecuencia de
esas innovaciones tecnológicas"; expresada por Nicolás Minuchín, director del Instituto Baikal.
Ensayemos:
El bajo impacto de las nuevas tecnologías tiene que ver con el uso que
los consumidores hacen de ellas. A priori, me inclino a asegurar que
cada invento tiene incidencia decreciente en la transformación social.
Cuando el mensaje de texto ya estaba consolidado y ampliamente en uso
(los 90), y el tráfico mostraba cifras impensadas, apenas un pequeño
porcentaje de los textos eran sobre operaciones comerciales o
relacionados a la producción. La inmensa mayoría de los textos llevaban
mensajes personales, efímeros y/o banales (visto desde el punto de la
Economía). En esos tiempos, nos preguntábamos en cuánto podría aumentar
el PBI por cada incremento del 10% de los mensajes comerciales o
productivos. Es decir: la nueva tecnología del mensaje que llegaba sí o
sí a
su destinatario, estaba siendo usada para “diversión” (eufemismo de “pavada”).
Ni hablar de los sistemas de comunicación hijos de la tecnología
digital. Facebook es el imperio de las emociones entre desconocidos,
Twitter: el campo de batallas de profesionales de la sorna y Whatsapp:
el tramperío sentimental … Hasta LinkedIn cuenta con un rinconcito de
peluquería unisex… Mencionan en el foro de La Nación que en el área de
la salud las NNTT sí hacen aportes concretos y contundentes. Ni dudarlo y
son el asombro de los propios médicos que la utilizan: pero hablamos de
un sector de la sociedad bastante acotado. La electricidad puesta en
cada domicilio, comercio, oficina e industria tuvo mucho más impacto
sobre las sociedades que el mejor de los tomógrafos creados hoy.
Las
industrias basadas en las NNTT de producción masiva se han dado cuenta
de que no se materializa lo que el marketing reza en las publicidades:
“con este aparato vas a poder hacer esto o aquello y tendrás más tiempo
libre para ti”. Bien pronto, los consumidores canalizan sus ansiedades
hacia el entretenimiento antes que al incremento de
la productividad. Y esto podría comprobarse –o no- si pudiésemos
comparar las cantidades de aplicaciones “juguetes” bajadas, versus
aplicaciones técnicas o de cálculo.
Estoy
seguro de que lo que Campanario nos cuenta aquí también es preocupación
de los gobiernos: sostienen I+D y va a parir juguetes. Es decir, la
masa consumidora no devuelve empresarios pujantes y desarrollo
industrial; las NNTT generan jugadores solitarios introspectivos y
legiones de “esperantes” a que bajen los precios y entregarse al
entretenimiento. Así resulta improbable que surja cada tanto un Renacido
Hugh Glass capaz de luchar contra osos o dragones de la producción de
bienes y servicios a valores competitivos y con rentas “humanizadas”. Nunca tantos se entretuvieron tanto con tan poco.